lunes, 16 de abril de 2007

Suicide Girl.

Se miró al espejo una vez más porque el verse a sí misma a través de esos bellos ojos le daba seguridad para lo que quería hacer esa noche. Tomó la máquina y la encendió, y lentamente empezó a acariciar su cabeza con ella. Mechones y mechones de cabello de colores cayeron al suelo con la delicadeza de plumas, esa misma delicadeza que ella tenía a flor de piel y que la hacía sentirse más especial que el resto de los inmundos seres humanos que poblaban la tierra.

Quedó calva, relucientemente pelada y blanca como un cisne, y a pesar de ello su belleza extraña no cambió, se conservó intacta como no se conservaría su carne después de la muerte. Tomó las hojas de afeitar y rápidamente cortó la carne verticalmente, para no errar nunca más ni tener que mirar al mundo de nuevo, para quedarse para siempre con la luz de las velas en vez de la luz de la mañana, para ser una leyenda y para trascender en el tiempo como un nombre, una imagen, sobretodo por esos bonitos ojos que se miraban desesperadamente a sí mismos por miedo a no ver más allá. Una piscina celeste, donde las hadas iban a nadar.

Y entonces coronó todo con su presencia roja, carmesí como sus labios aterciopelados que hacían soñar a multitudes insatisfechas que se masturbaban incansablemente con su imagen. Con su belleza, con su cuerpo hecho a mano, con sus fotos gloriosas donde sus fanáticos podían hurgarla sin poder tocarla. El rojo la bañó como un cubrecamas tejido de entrañas, y el sueño impidió que el miedo llegara. Lentamente, como una princesa dormida, un velo negro cayó sobre sus lindos ojos celestes, esos que serían comidos por los gusanos, como a todo el resto de los inmundos seres humanos que poblaban la tierra.

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